En 2008, Estados Unidos eligió a Barack Obama, el primer afroamericano en presidir los destinos de la mayor potencia del mundo. Más allá del carácter histórico de su elección, Barack Obama debe reparar los daños causados por ocho años de desastroso reinado de George W. Bush. Tanto a nivel nacional como internacional, el hombre cuyo carisma global recuerda al de John Fitzgerald Kennedy llega como el salvador de una América sumida en una de las mayores depresiones económicas de su historia, una América cada vez más denostada por sus destructivas políticas imperialistas. Nunca en la historia el mundo ha esperado tanto de un solo hombre. Barack Obama está liderando la ruptura con la "diplomacia vaquera" practicada por G. W. Bush, renovando el diálogo y saneando las relaciones entre Estados Unidos y el resto del mundo. Sienta así las bases de una "Nueva América" que respeta a los demás pueblos y nos recuerda, entre otras cosas, hoy más que nunca que "la raza no es una fatalidad, sino innegablemente una esperanza para todos aquellos que luchan por la igualdad legítima entre personas de todas las razas".