La sobreexplotaci n a los herederos de los denominados republicanos adentra a los m s d biles en los entresijos de la crueldad, la represi n y el temblor a la miseria que les azota sin piedad. En tal discurrir de carencias e inseguridad deben conseguir el sustento individual y familiar, o perecer en el intento. Cercados por el yugo de los rescoldos del latifundismo andaluz, acrecentado por la victoria del franquismo, sobreviven dentro del marco del terror, la sumisi n, la hambruna, el silencio y la subordinaci n al amo y al se or que les priva de decisi n, de pan, de derecho a la elecci n y al clamor. En tales desavenencias conviven bajo la ignorancia y la obediencia que se adue a de su modo de pensar y hasta de su propia libertad. Son, seres humanos y tienen, no obstante, consciencia y sentimiento y perciben en encarcelamiento de la opresi n a trav s de los dominios de los cortijos y de los pueblos de la nueva Andaluc a. Al infortunio del hambre y al sometimiento del latifundismo se a na la obediencia y la sumisi n al se orito, a quien odian, admiran, temen, repudian y respetan. En tales condiciones sobreviven hacinados como los animales dom sticos. Entre ellos, en cuartuchos y zah rdas, aprenden y trasmiten el alfabeto coloquial pero desconocen la gram tica, la escritura y la lectura. La ignorancia del populacho es aprovechada por multitud de terratenientes que los toma de braceros sin derechos ni aspiraciones y son explotados en los cultivos y la ganader a. Los menos fuertes perecen en los caminos, bajo el clamor de la hambruna y la sinraz n mientras los terratenientes se autoproclaman due os de la tierra, de los animales y de las personas y se hacen llamar se oritos y amos.