El Ascenso de Marco Rubio
Autor Manuel Roig-Franziaen Limba Engleză Paperback – 6 aug 2012
From his family’s immigrant roots to his ascent from small-town commissioner to the heights of the United States Senate, The Rise of Marco Rubio traces a classic American odyssey. Rubio’s grandfather was born in a humble thatched-palm dwelling in a sugar cane–growing region of Cuba, more than fifty years before Rubio’s parents left the island for a better life in Miami. His father worked as a bartender, his mother as a maid and stock clerk at Kmart. Rubio was quick on his high school football field, and even quicker in becoming a major voice on everything from immigration to the role of faith in public life and one of the great hopes of the Republican Party.
Drawing on hundreds of interviews and documents, Washington Post reporter Manuel Roig-Franzia shows how Rubio cultivated a knack for apprenticing himself to the right mentor, learning the issues, and volunteering for tough political jobs that made him shine. He also has a way with words and the instinct to seize opportunities that others don’t see. As Mike Huckabee says, Rubio “is our Barack Obama with substance.” The Rise of Marco Rubio elegantly tells us why.
***
THE RISE OF MARCO RUBIO A POLITICIAN IN THE RIGHT PLACE AT THE RIGHT TIME
A slender, delicate right shoulder knifed downward; a cane flipped sideways. Nancy Reagan was crashing. But before the crowd’s applause gave way to gasps, Marco Rubio, his hair parted just so, a valedictorian’s smile on his face, tugged the aging icon toward him. He caught the ninety-year-old almost parallel to the floor and bound for a bone-chipping thud.
Extraordinary political careers can build momentum from an accretion of perfect moments, and this was just one more for Marco Rubio. Rubio’s reflexes had only sharpened the impression that a party looking for heroes had found a figure with great promise. American politics had never seen anything like him.
A FAMILY THAT FACED THE CHALLENGES OF IMMIGRATION
In the summer of 1962 Rubio’s Cuban grandfather Pedro Víctor asked his bosses for a vacation, and this time they granted it. And so it was that on August 31, 1962, he took an incredibly risky step. He boarded Pan American Airlines Flight 2422 bound for Miami. His troubles began not long after the plane landed.
A LEGISLATOR FULL OF AMBITION
In Marco Rubio’s second year at the Florida capital, a committee was formed to redraw voting district lines. As usual, Rubio’s timing was good and his instincts were spot-on. Redistricting was a once-in-a-decade ritual, and it presented him with a once-in-a-decade opportunity. Not yet thirty, he volunteered to help. In doing so he took the same route he had traveled before, making himself an apprentice in a good position to impress the older generation. Volunteering for the task meant substantial face time with the leaders of the state house. And the leaders noticed him.
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21.56€ • 22.41$ • 17.87£
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Specificații
ISBN-13: 9781451687125
ISBN-10: 1451687125
Pagini: 320
Dimensiuni: 140 x 214 x 20 mm
Greutate: 0.3 kg
Editura: Simon&Schuster
Colecția Simon & Schuster
ISBN-10: 1451687125
Pagini: 320
Dimensiuni: 140 x 214 x 20 mm
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Notă biografică
Manuel Roig-Franzia was born in Spain and is a writer for The Washington Post Style section. His long-form articles span a broad range of subjects, including politics, power, and the culture of Washington, as well as profiling major political figures and authors. He’s covered US and international presidential campaigns, the January 2010 Haiti earthquake, and more than a dozen major hurricanes, including Katrina. Visit him at ManuelRoigFranzia.com.
Extras
Introducción
EL HEREDERO
En un instante, se precipitó hacia el piso. Un hombro derecho delicado y delgado enfiló hacia abajo, un bastón voló hacia un costado. Nancy Reagan, pequeña, frágil como una estatuilla china en un traje color marfil, se estaba cayendo. Muchos en el público al límite de la capacidad en la Biblioteca Ronald Reagan en Simi Valley, California, no podían ver lo que estaba sucediendo. Aplaudían cariñosamente, ajenos a lo que ocurría. Pero antes de que el aplauso del público se convirtiera en gritos ahogados, estallaron las sinapsis del joven senador que acompañaba a la antigua primera dama a su asiento. Marco Rubio, bien peinado y con una sonrisa de estudiante sobresaliente dibujada en su cara, jaló al icono envejecido hacia él. Se dobló a la derecha y colocó una mano debajo de su brazo, atrapando a la mujer de noventa años justo cuando se inclinaba hacia delante, casi paralela al piso, a punto de sufrir un golpe que podía fracturarle los huesos.
Rubio, un hombre de cuarenta años que parecía diez años menor, se movió con la agilidad segura que una vez exhibió en los campos de fútbol americano de la secundaria en Miami. No era veloz, pero era rápido, pensaba James Colzie, su director deportivo de la secundaria.1 En el campo de fútbol americano hay una diferencia. Ser veloz significa que corres a alta velocidad; ser rápido quiere decir que reaccionas a alta velocidad. Ser rápido significa que llegas al punto justo en el campo en el momento preciso.
A veces ser rápido es mejor que ser veloz.
Era el 23 de agosto de 2011. La estatuilla no se quebró.
Pronto quedó claro que este había sido un momento clave. Un blog del Los Angeles Times publicó una secuencia de fotografías, imagen tras imagen, debajo del titular “¡Marco Rubio al rescate!”.2 Mostraron a Nancy y Marco sonriendo el uno al otro, luego a Nancy mirando felizmente al público, empezando a caer en cámara lenta mientras el senador se acerca para darle la mano y salvarla. La ansiedad de la antigua primera dama se le ve en la mueca de la cara y los ojos cerrados. Esa noche, el programa ABC World News dedicó un segmento que el presentador George Stephanopoulos presentó como “ese video que hoy a muchos de nosotros nos hizo dar un grito ahogado”. Invitó al experto médico del canal, el doctor Richard Besser, para que explicara, con sobriedad, los peligros de las caídas para las personas de edad avanzada.
Los blogueros conservadores y sus lectores, quienes habían sido fiablemente laudatorios sobre todo lo que tuviera que ver con Rubio y su rápido ascenso dentro del Partido Republicano, lo declararon un héroe. “Marco Rubio salva a Nancy Reagan de una caída”, dijo conservativebyte.com. Los titulares de igual manera podrían haber dicho “Marco Rubio salva al Partido Republicano”. “Esto parece un presagio”, escribió un comentarista en la página web de The Blaze. “Creo que salvar a Reagan es una señal de arriba”, observó un lector de Human Events. Otro preguntó: “Ahora, será que Marco Rubio SALVARÁ A LOS ESTADOS UNIDOS de su CAÍDA? ¿Esto es una señal o qué? ‘Ronnie’ salvó al mundo de los comunistas. Rubio puede salvar a los Estados Unidos de los comunistas restantes”.
De alguna manera, Rubio era considerado el hijo político de Reagan, el heredero de su legado de principios conservadores. Uno de los propios hijos de Reagan, un liberal descarado, reaccionó ante la noticia más como un hijo preocupado por su madre, que como un político entusiasta. Al ver el video de Rubio acompañando a su madre antes de tropezar, Ron Reagan echaba humo: “Está posando para las cámaras.3 ¡No le está prestando atención a ella!”.
Reagan, quien llama a Rubio “el tipo que dejó caer a mi madre”, planeaba arremeter contra el senador si lo llamaban de los medios. Pero me dijo a mí que nadie lo llamó. Nada iba a arruinar este momento.
Los reflejos de Rubio sólo habían agudizado la impresión de que un partido en busca de héroes había encontrado una figura muy prometedora, un ídolo que recibió un toque de fortuna. El equipo de Rubio no podía creer su suerte. “Bromeábamos en la oficina diciendo que él le había hecho una zancadilla”, me dijo uno de los asesores políticos más importantes de Rubio poco después de la atajada más grande en la carrera de Rubio.4
Las carreras políticas extraordinarias pueden ganar fuerza a partir de la suma de momentos perfectos, y este era solo uno más para Marco Rubio. La política estadounidense jamás había visto algo como él: un joven republicano hispano a la medida de YouTube con un porvenir realista a nivel nacional, apoyo de la clase dirigente y un atractivo electoral que iba mucho más allá de su etnicidad. Ya habían existido estrellas hispanas. Pero en general eran demócratas y tendían a esfumarse como Henry Cisneros, el secretario de Viviendas mexicoamericano, o Bill Richardson, el mexicoamericano, maestro de la política exterior, con un nombre que decididamente no suena hispano.
Rubio había llegado a la escena nacional en un momento en que ambos partidos estaban —nuevamente— obligados a enfrentar el poder perdurable y creciente de los votantes hispanos. ¿Podían ser conquistados solo con la promesa de una reforma migratoria, o debían ser cortejados con una mezcla de temas sociales y religiosos y la promesa de trabajo? ¿Sería Marco Rubio la solución?
El momento oportuno importa, pero no es todo. El desempeño también cuenta. Y cada vez que Rubio había tenido un momento oportuno, su desempeño había sido aún mejor.
Fue una bendición para él entrar a la Cámara de Representantes de la Florida justo cuando el límite a los mandatos eliminaba buena parte de la competencia y abría campo para los cargos más importantes. Pero entonces, Rubio hizo algo con su buena fortuna, planeando estrategias entre los bastidores e impresionando a sus mayores para poder ascender. Fue fortuito para él encontrarse con un contrincante republicano de las primarias en una contienda del Senado de los Estados Unidos quien había alienado al Partido Republicano. Pero Rubio también le sacó provecho a esa oportunidad. Venció las encuestas que decían que no tenía oportunidad ninguna y pulverizó al una vez popular gobernador de la Florida Charlie Crist tan eficazmente que éste se vio obligado a renunciar a las primarias republicanas y a lanzarse como independiente. Entonces, Rubio se encontró en una contienda por el Senado con los votos divididos entre tres partes, y nuevamente tomó la decisión adecuada, abriéndose hacia la derecha conservadora y terminando por atrapar a Crist en la línea lateral izquierda.
En 2010, surgió una historia a nivel nacional en torno a la idea de que Rubio era un producto del Tea Party, un movimiento amorfo de estadounidenses inconformes que querían limpiar a Washington. Era como si Rubio hubiera surgido, ya hecho y derecho, de una reunión en la alcaldía. Por supuesto, nada podría haber estado más lejos de la verdad. Su ascenso había sido realmente tan convencional como era posible. Había subido la escalera de forma metódica, tocando cada peldaño en lugar de saltar desde el rellano a la parte superior de la escalera. En esa misma temporada de elecciones, el Tea Party había tenido una serie de éxitos que parecían haber salido de la nada. Christine O’Donnell, que nunca había ganado una elección importante, y Joe Miller obtuvieron victorias en las primarias del Partido Republicano para el Senado de los Estados Unidos en Delaware y Alaska antes de perder las elecciones generales. Rand Paul, hijo de Ron Paul, congresista de Texas y candidato presidencial republicano, fue elegido para el Senado de los Estados Unidos en su primer intento por obtener un cargo político.
Sin embargo, Rubio se había postulado para varias elecciones —y las había ganado— durante la mayor parte de su vida adulta: comisionado de la ciudad de West Miami, representante del estado de la Florida, presidente de la Cámara de la Florida, senador de los Estados Unidos. Todo esto paso a paso.
Una carta de Nancy Reagan, donde lo invitaba a hablar en la biblioteca presidencial de su marido, confirmó lo que todos sabían: Rubio había llegado. “Usted ha sido identificado como alguien a quién observar en la escena política nacional”, decía la carta. “Tengo muchos deseos de verlo en su nuevo papel”.
El discurso en la Biblioteca Ronald Reagan fue una actuación de prestigio, una forma en que los republicanos mostraron sus mejores ejemplares ante la opinión pública. Rubio también fue invitado a cenar y, como siempre, no dejó de impresionar. La cena se celebró en el sector personal de la biblioteca. Gerald Parsky, fiduciario de la Fundación Presidencial Ronald Reagan y de la Fundación de la Biblioteca presidencial George H. W. Bush, y que se desempeñó también en cinco administraciones republicanas, miraba con aprobación durante la cena mientras el joven senador cautivaba a la ex primera dama.5 “Muy relajado. De diálogo fácil. Nada nervioso”, dijo Parsky acerca de Rubio. “Quedé impresionado”.
Rubio, que tiene una especie de modestia que lo acerca a su audiencia al mismo tiempo que muestra su importancia, comentó más tarde sobre un momento íntimo de esa cena. “La señora Reagan”, dijo —un poco formal y siempre tan educado— se volvió hacia la esposa de Rubio, Jeanette, y le dijo que “Ronnie” solía “enviarle flores a [su] mamá” cada año para el cumpleaños de Nancy.6 Las flores siempre estaban acompañadas por una nota de agradecimiento a la madre de Nancy, por haberla traído al mundo. “Y él le había escrito más de 700 cartas de amor o algo así”, continuó diciendo Rubio. “Y yo pensaba en qué pozo estoy metido. Nunca voy a estar a la altura de Gipper*”. Rubio tuvo el cuidado de notar que no era él quien estaba llamando a Ronald Reagan con el diminutivo de “Ronnie”, lo cual sería una falta de respeto.
En su discurso en la biblioteca, Rubio se posicionó como un Reagan del siglo XXI. Reagan había querido definir debidamente el papel del Gobierno; Rubio quería definir debidamente el papel del gobierno. Reagan comprendía que los estadounidenses querían un país que aspirara a la prosperidad y a la compasión; Rubio comprendía que los estadounidenses querían un país que aspirara a la prosperidad y a la compasión. Reagan tenía su “Mañana en América”, la imagen de un país cada vez más fuerte y orgulloso; Rubio promovía el excepcionalismo estadounidense, la idea de que los Estados Unidos es más grande que cualquier otra nación en la Tierra y que tiene la solemne responsabilidad de mantener esta condición. Este fue uno de los mantras de Rubio durante su campaña para el Senado de los Estados Unidos, y le funcionó bien en una época en que el mercado de la vivienda era un desastre, el desempleo estaba en alza y los caciques de Wall Street se alejaban a bordo de aviones privados con millones de dólares en paracaídas de oro [contratos blindados], mientras que sus bancos colapsaban.
Aquí estaba este joven político cubanoamericano con ojos café oscuros y una gran sonrisa, diciéndole a todo el mundo que las cosas iban a estar bien de un modo que parecía improvisado, como si realmente lo creyera así.
En una llamada telefónica antes de su aparición en la Biblioteca Reagan, Rubio le explicó a Parsky que prefería dar sus discursos acompañado de notas y no de un texto completo. “Hizo hincapié en esto en la discusión previa”, dijo Parsky. Pero el discurso de Rubio ese día reveló a una joven estrella que aún trataba de encontrar el equilibrio. No tenía la frescura que había mostrado en discursos anteriores, como si se hubiera vuelto un poco arrogante, tal vez demasiado confiado en su habilidad para improvisar. Varias veces tuvo problemas en frases clave o se esforzó en buscar las palabras, pero de todos modos se las arregló para sorprender a su audiencia.
Rubio se había asignado a sí mismo una tarea complicada a nivel retórico. Su mensaje de optimismo, y su fijación en el excepcionalismo americano, tenían que reconciliarse con su afirmación de que los Estados Unidos iba camino al desastre. Tendría que explicar por qué las mismas generaciones de las que muchos pensaban que habían contribuido a la grandeza de la nación, eran también las responsables de poner en peligro su solvencia a largo plazo. Hacer ese tipo de afirmaciones requería un poco de gimnasia retórica. Después de todo, a la sociedad a la que él acusaba de haber arruinado tanto las cosas le había ido relativamente bien en el siglo XX. Había derrotado a Hitler, consolidado la economía más grande jamás vista, derrotado a la Unión Soviética y aterrizado en la Luna.
“Es un lugar sorprendente en el cual estar, ya que el siglo XX no fue una época de decadencia para los Estados Unidos: fue el Siglo Americano”, le dijo Rubio a la audiencia.7 “Y sin embargo, hoy hemos construido para nosotros mismos un Gobierno que ni siquiera el país más rico y próspero [sobre] la faz de la Tierra puede darse el lujo de financiar ni de pagar”.
Rubio se concentró en los programas de ayuda, diciéndole a su audiencia que cuando la Seguridad Social fue promulgada, había dieciséis trabajadores por cada jubilado, una proporción que se desplomó a tres por uno en 2011, y que pronto sería de dos por uno. Otros habían advertido también sobre el desastre inminente. Varias comisiones especiales se habían formado y disuelto. David M. Walker, ex contralor general de los Estados Unidos, había proclamado a lo largo y ancho del país que el costo explosivo de la Seguridad Social, del Medicare y del Medicaid, podría consumir todo el presupuesto federal para el año 2025.
Rubio presentó una visión idealizada de tiempos pasados. En otra época, le dijo a la audiencia: “Si un familiar tuyo estaba enfermo, lo cuidabas. Si un vecino tenía dificultades, lo ayudabas. Ahorrabas para tu jubilación y tu futuro porque tenías que hacerlo. . . En nuestras comunidades, familias y hogares, y en nuestras iglesias y sinagogas nos encargábamos de estas cosas. Pero todo eso cambió cuando el Gobierno comenzó a asumir esas responsabilidades. De repente, para un número creciente de personas en nuestro país ya no era necesario preocuparse por ahorrar para tener una seguridad, porque esto era una función del Gobierno. . . Y el Gobierno desplazó a las instituciones de nuestra sociedad que tradicionalmente hacían estas cosas, y debilitó a nuestro pueblo de una forma que disminuyó nuestra capacidad para mantener nuestra prosperidad”.
Esa última observación —que los programas de ayuda habían debilitado a los americanos— era el punto que él quería resaltar con claridad. Lo dijo tres veces en su discurso de veintitrés minutos. El senador por el Estado con el segundo mayor número de beneficiarios de Medicare estaba dando un discurso en el Estado con el mayor número de beneficiarios de Medicare y llamando débiles a los jubilados americanos, muchos de los cuales eran miembros de la llamada “Gran Generación”. Parecía un discurso poco riguroso.8
“No es tan malo como decir que la Seguridad Social es una estafa Ponzi, pero tampoco es la mejor manera de expresarlo”, me dijo un republicano prominente con acceso a información privilegiada y admirador de Rubio.
¿O acaso lo era?
En los días posteriores al discurso, varios grupos liberales y comentaristas simpatizantes de la izquierda lo criticaron duramente. En MSNBC, que se había convertido en contrapunto a la conservadora Fox News Network, el comentarista Ed Schultz calificó a Rubio como “un político de poca monta”. “Que Marco Rubio diga que programas como Medicare y la Seguridad Social debilitan a los estadounidenses es hablar como un psicópata”, bramó Schultz.9 En la misma cadena, la presentadora Rachel Maddow les recordó a sus televidentes otro discurso en el que Rubio dijo que Medicare había pagado la atención médica de su padre durante la enfermedad que le causó la muerte en septiembre de 2010. El programa de gobierno le “permitió morir con dignidad al pagarle el hogar para ancianos”, había dicho Rubio. Maddow afirmó que eso era una incoherencia flagrante. “¿Cómo se iba a lanzar como el tipo que dice que Medicare salvó a su padre y a su familia pero también te hace débil e indefenso?”, le dijo Maddow a los espectadores.10 Sin embargo, el pasaje que ella citó fue la petición apasionada para salvar a Medicare mediante su reforma. Rubio señaló específicamente que no estaría a favor de cambiar el sistema para ninguna persona mayor de cincuenta y cinco años. Pero al utilizar una palabra inflamatoria como “debilitado” durante su discurso en la Biblioteca Reagan, les había abierto la puerta a sus oponentes. No importaba realmente que la mayor parte de las críticas ignoraran la esencia del punto que estaba tratando de hacer. Él no estaba defendiendo la eliminación de los programas de ayuda social para los beneficiarios actuales, y le dijo lo siguiente a la audiencia de la Biblioteca Reagan: “Mi madre —se enoja cuando digo esto— está en su octava década de vida y tiene estos dos programas. No puedo pedirle que consiga otro trabajo. Ella pagó para estar en el sistema”. Pero él estaba proponiendo un cambio en el sistema de modo que tuviera la oportunidad de perdurar.
“La verdad es que la Seguridad Social y Medicare, tan importantes como son, no pueden cuidarme a mí como la cuidan a ella. Mi generación debe aceptar plenamente, y cuanto antes mejor, que si queremos que exista una Seguridad Social y un Medicare cuando nos jubilemos, y si queremos que los Estados Unidos siga siendo como ahora cuando nos jubilemos, tenemos que aceptar y comenzar a hacerles cambios a esos programas, para nosotros, ahora mismo”.
Cuando la izquierda clamó con más fuerza, Rubio contraatacó con dureza. Consideró las críticas como otra andanada de quejas por parte de los izquierdistas. Era un vistazo a la otra faceta de Marco Rubio: no el político de la Florida que hablaba acerca de encontrar un terreno común con sus opositores políticos, sino el político combativo nacido en las campañas cáusticas del sur de la Florida. Durante su ascenso, Rubio se había rodeado de “raspadores”, hombres que concebían la política como una pelea. A Rubio no le gustaba ser desafiado, y cuando lo era, su acto reflejo era devolver el golpe. Aprovechaba la oportunidad para abogar por la reforma de los programas de ayuda, y trataba de mantenerse como un sabio de la responsabilidad fiscal. Tan seguro estaba de correr con ventaja, que utilizaba incluso el bullicio como un pretexto para recaudar fondos. “Su discurso enloqueció a los liberales extremos, y ahora están al ataque”, decía un correo electrónico enviado por Reclaim America, el comité de acción política de Rubio.11 “Necesitamos su ayuda para luchar y apoyar a los candidatos por un gobierno limitado que comparten la visión conservadora de Marco para los Estados Unidos”.
Rubio estaba trabajando a partir de una estrategia política resistante al paso del tiempo: atacar a los medios de comunicación, especialmente a los percibidos como liberales. A su base le encantaba esto, y los hombres sabios del Partido Republicano como Parsky aplaudían. “Creo que él ha demostrado valor en términos de una voluntad para abordar la importancia de los derechos sociales, especialmente de la Seguridad Social”, dijo Parsky.12
La controversia le confirió a Rubio más estatura como un conservador con sustancia y agallas. Ya se había convertido en uno de los cubanoamericanos más conocidos en los Estados Unidos. La historia de su familia, y su viaje de Cuba a los Estados Unidos, se había convertido en el elemento central de su identidad política. Y aunque esa historia, como él la contaba, no resistía completamente un escrutinio detallado, su esencia —que él era el producto de la experiencia cubanoamericana— demostró ser indestructible. Sin embargo, su popularidad trascendía y desafiaba en cierto modo a la etnicidad. Parecía obtener apoyo nacional tanto de sus credenciales conservadoras como de las vocales al final de su nombre y apellido.
Dos semanas después del discurso de Rubio en la Biblioteca Reagan, Rush Limbaugh predijo, sin temor a equivocarse, que Rubio sería elegido como presidente algún día, siendo el primer hispano en ocupar el cargo más importante de los Estados Unidos.13 Los comentaristas especularon ampliamente que Rubio sería candidato republicano a la vicepresidencia o a la presidencia en un futuro.
Un sucesor natural había sido coronado. Y tal como podrían decir los antiguos entrenadores de fútbol de Rubio, eso había sucedido “muy rápido”.
EL HEREDERO
En un instante, se precipitó hacia el piso. Un hombro derecho delicado y delgado enfiló hacia abajo, un bastón voló hacia un costado. Nancy Reagan, pequeña, frágil como una estatuilla china en un traje color marfil, se estaba cayendo. Muchos en el público al límite de la capacidad en la Biblioteca Ronald Reagan en Simi Valley, California, no podían ver lo que estaba sucediendo. Aplaudían cariñosamente, ajenos a lo que ocurría. Pero antes de que el aplauso del público se convirtiera en gritos ahogados, estallaron las sinapsis del joven senador que acompañaba a la antigua primera dama a su asiento. Marco Rubio, bien peinado y con una sonrisa de estudiante sobresaliente dibujada en su cara, jaló al icono envejecido hacia él. Se dobló a la derecha y colocó una mano debajo de su brazo, atrapando a la mujer de noventa años justo cuando se inclinaba hacia delante, casi paralela al piso, a punto de sufrir un golpe que podía fracturarle los huesos.
Rubio, un hombre de cuarenta años que parecía diez años menor, se movió con la agilidad segura que una vez exhibió en los campos de fútbol americano de la secundaria en Miami. No era veloz, pero era rápido, pensaba James Colzie, su director deportivo de la secundaria.1 En el campo de fútbol americano hay una diferencia. Ser veloz significa que corres a alta velocidad; ser rápido quiere decir que reaccionas a alta velocidad. Ser rápido significa que llegas al punto justo en el campo en el momento preciso.
A veces ser rápido es mejor que ser veloz.
Era el 23 de agosto de 2011. La estatuilla no se quebró.
Pronto quedó claro que este había sido un momento clave. Un blog del Los Angeles Times publicó una secuencia de fotografías, imagen tras imagen, debajo del titular “¡Marco Rubio al rescate!”.2 Mostraron a Nancy y Marco sonriendo el uno al otro, luego a Nancy mirando felizmente al público, empezando a caer en cámara lenta mientras el senador se acerca para darle la mano y salvarla. La ansiedad de la antigua primera dama se le ve en la mueca de la cara y los ojos cerrados. Esa noche, el programa ABC World News dedicó un segmento que el presentador George Stephanopoulos presentó como “ese video que hoy a muchos de nosotros nos hizo dar un grito ahogado”. Invitó al experto médico del canal, el doctor Richard Besser, para que explicara, con sobriedad, los peligros de las caídas para las personas de edad avanzada.
Los blogueros conservadores y sus lectores, quienes habían sido fiablemente laudatorios sobre todo lo que tuviera que ver con Rubio y su rápido ascenso dentro del Partido Republicano, lo declararon un héroe. “Marco Rubio salva a Nancy Reagan de una caída”, dijo conservativebyte.com. Los titulares de igual manera podrían haber dicho “Marco Rubio salva al Partido Republicano”. “Esto parece un presagio”, escribió un comentarista en la página web de The Blaze. “Creo que salvar a Reagan es una señal de arriba”, observó un lector de Human Events. Otro preguntó: “Ahora, será que Marco Rubio SALVARÁ A LOS ESTADOS UNIDOS de su CAÍDA? ¿Esto es una señal o qué? ‘Ronnie’ salvó al mundo de los comunistas. Rubio puede salvar a los Estados Unidos de los comunistas restantes”.
De alguna manera, Rubio era considerado el hijo político de Reagan, el heredero de su legado de principios conservadores. Uno de los propios hijos de Reagan, un liberal descarado, reaccionó ante la noticia más como un hijo preocupado por su madre, que como un político entusiasta. Al ver el video de Rubio acompañando a su madre antes de tropezar, Ron Reagan echaba humo: “Está posando para las cámaras.3 ¡No le está prestando atención a ella!”.
Reagan, quien llama a Rubio “el tipo que dejó caer a mi madre”, planeaba arremeter contra el senador si lo llamaban de los medios. Pero me dijo a mí que nadie lo llamó. Nada iba a arruinar este momento.
Los reflejos de Rubio sólo habían agudizado la impresión de que un partido en busca de héroes había encontrado una figura muy prometedora, un ídolo que recibió un toque de fortuna. El equipo de Rubio no podía creer su suerte. “Bromeábamos en la oficina diciendo que él le había hecho una zancadilla”, me dijo uno de los asesores políticos más importantes de Rubio poco después de la atajada más grande en la carrera de Rubio.4
Las carreras políticas extraordinarias pueden ganar fuerza a partir de la suma de momentos perfectos, y este era solo uno más para Marco Rubio. La política estadounidense jamás había visto algo como él: un joven republicano hispano a la medida de YouTube con un porvenir realista a nivel nacional, apoyo de la clase dirigente y un atractivo electoral que iba mucho más allá de su etnicidad. Ya habían existido estrellas hispanas. Pero en general eran demócratas y tendían a esfumarse como Henry Cisneros, el secretario de Viviendas mexicoamericano, o Bill Richardson, el mexicoamericano, maestro de la política exterior, con un nombre que decididamente no suena hispano.
Rubio había llegado a la escena nacional en un momento en que ambos partidos estaban —nuevamente— obligados a enfrentar el poder perdurable y creciente de los votantes hispanos. ¿Podían ser conquistados solo con la promesa de una reforma migratoria, o debían ser cortejados con una mezcla de temas sociales y religiosos y la promesa de trabajo? ¿Sería Marco Rubio la solución?
El momento oportuno importa, pero no es todo. El desempeño también cuenta. Y cada vez que Rubio había tenido un momento oportuno, su desempeño había sido aún mejor.
Fue una bendición para él entrar a la Cámara de Representantes de la Florida justo cuando el límite a los mandatos eliminaba buena parte de la competencia y abría campo para los cargos más importantes. Pero entonces, Rubio hizo algo con su buena fortuna, planeando estrategias entre los bastidores e impresionando a sus mayores para poder ascender. Fue fortuito para él encontrarse con un contrincante republicano de las primarias en una contienda del Senado de los Estados Unidos quien había alienado al Partido Republicano. Pero Rubio también le sacó provecho a esa oportunidad. Venció las encuestas que decían que no tenía oportunidad ninguna y pulverizó al una vez popular gobernador de la Florida Charlie Crist tan eficazmente que éste se vio obligado a renunciar a las primarias republicanas y a lanzarse como independiente. Entonces, Rubio se encontró en una contienda por el Senado con los votos divididos entre tres partes, y nuevamente tomó la decisión adecuada, abriéndose hacia la derecha conservadora y terminando por atrapar a Crist en la línea lateral izquierda.
En 2010, surgió una historia a nivel nacional en torno a la idea de que Rubio era un producto del Tea Party, un movimiento amorfo de estadounidenses inconformes que querían limpiar a Washington. Era como si Rubio hubiera surgido, ya hecho y derecho, de una reunión en la alcaldía. Por supuesto, nada podría haber estado más lejos de la verdad. Su ascenso había sido realmente tan convencional como era posible. Había subido la escalera de forma metódica, tocando cada peldaño en lugar de saltar desde el rellano a la parte superior de la escalera. En esa misma temporada de elecciones, el Tea Party había tenido una serie de éxitos que parecían haber salido de la nada. Christine O’Donnell, que nunca había ganado una elección importante, y Joe Miller obtuvieron victorias en las primarias del Partido Republicano para el Senado de los Estados Unidos en Delaware y Alaska antes de perder las elecciones generales. Rand Paul, hijo de Ron Paul, congresista de Texas y candidato presidencial republicano, fue elegido para el Senado de los Estados Unidos en su primer intento por obtener un cargo político.
Sin embargo, Rubio se había postulado para varias elecciones —y las había ganado— durante la mayor parte de su vida adulta: comisionado de la ciudad de West Miami, representante del estado de la Florida, presidente de la Cámara de la Florida, senador de los Estados Unidos. Todo esto paso a paso.
Una carta de Nancy Reagan, donde lo invitaba a hablar en la biblioteca presidencial de su marido, confirmó lo que todos sabían: Rubio había llegado. “Usted ha sido identificado como alguien a quién observar en la escena política nacional”, decía la carta. “Tengo muchos deseos de verlo en su nuevo papel”.
El discurso en la Biblioteca Ronald Reagan fue una actuación de prestigio, una forma en que los republicanos mostraron sus mejores ejemplares ante la opinión pública. Rubio también fue invitado a cenar y, como siempre, no dejó de impresionar. La cena se celebró en el sector personal de la biblioteca. Gerald Parsky, fiduciario de la Fundación Presidencial Ronald Reagan y de la Fundación de la Biblioteca presidencial George H. W. Bush, y que se desempeñó también en cinco administraciones republicanas, miraba con aprobación durante la cena mientras el joven senador cautivaba a la ex primera dama.5 “Muy relajado. De diálogo fácil. Nada nervioso”, dijo Parsky acerca de Rubio. “Quedé impresionado”.
Rubio, que tiene una especie de modestia que lo acerca a su audiencia al mismo tiempo que muestra su importancia, comentó más tarde sobre un momento íntimo de esa cena. “La señora Reagan”, dijo —un poco formal y siempre tan educado— se volvió hacia la esposa de Rubio, Jeanette, y le dijo que “Ronnie” solía “enviarle flores a [su] mamá” cada año para el cumpleaños de Nancy.6 Las flores siempre estaban acompañadas por una nota de agradecimiento a la madre de Nancy, por haberla traído al mundo. “Y él le había escrito más de 700 cartas de amor o algo así”, continuó diciendo Rubio. “Y yo pensaba en qué pozo estoy metido. Nunca voy a estar a la altura de Gipper*”. Rubio tuvo el cuidado de notar que no era él quien estaba llamando a Ronald Reagan con el diminutivo de “Ronnie”, lo cual sería una falta de respeto.
En su discurso en la biblioteca, Rubio se posicionó como un Reagan del siglo XXI. Reagan había querido definir debidamente el papel del Gobierno; Rubio quería definir debidamente el papel del gobierno. Reagan comprendía que los estadounidenses querían un país que aspirara a la prosperidad y a la compasión; Rubio comprendía que los estadounidenses querían un país que aspirara a la prosperidad y a la compasión. Reagan tenía su “Mañana en América”, la imagen de un país cada vez más fuerte y orgulloso; Rubio promovía el excepcionalismo estadounidense, la idea de que los Estados Unidos es más grande que cualquier otra nación en la Tierra y que tiene la solemne responsabilidad de mantener esta condición. Este fue uno de los mantras de Rubio durante su campaña para el Senado de los Estados Unidos, y le funcionó bien en una época en que el mercado de la vivienda era un desastre, el desempleo estaba en alza y los caciques de Wall Street se alejaban a bordo de aviones privados con millones de dólares en paracaídas de oro [contratos blindados], mientras que sus bancos colapsaban.
Aquí estaba este joven político cubanoamericano con ojos café oscuros y una gran sonrisa, diciéndole a todo el mundo que las cosas iban a estar bien de un modo que parecía improvisado, como si realmente lo creyera así.
En una llamada telefónica antes de su aparición en la Biblioteca Reagan, Rubio le explicó a Parsky que prefería dar sus discursos acompañado de notas y no de un texto completo. “Hizo hincapié en esto en la discusión previa”, dijo Parsky. Pero el discurso de Rubio ese día reveló a una joven estrella que aún trataba de encontrar el equilibrio. No tenía la frescura que había mostrado en discursos anteriores, como si se hubiera vuelto un poco arrogante, tal vez demasiado confiado en su habilidad para improvisar. Varias veces tuvo problemas en frases clave o se esforzó en buscar las palabras, pero de todos modos se las arregló para sorprender a su audiencia.
Rubio se había asignado a sí mismo una tarea complicada a nivel retórico. Su mensaje de optimismo, y su fijación en el excepcionalismo americano, tenían que reconciliarse con su afirmación de que los Estados Unidos iba camino al desastre. Tendría que explicar por qué las mismas generaciones de las que muchos pensaban que habían contribuido a la grandeza de la nación, eran también las responsables de poner en peligro su solvencia a largo plazo. Hacer ese tipo de afirmaciones requería un poco de gimnasia retórica. Después de todo, a la sociedad a la que él acusaba de haber arruinado tanto las cosas le había ido relativamente bien en el siglo XX. Había derrotado a Hitler, consolidado la economía más grande jamás vista, derrotado a la Unión Soviética y aterrizado en la Luna.
“Es un lugar sorprendente en el cual estar, ya que el siglo XX no fue una época de decadencia para los Estados Unidos: fue el Siglo Americano”, le dijo Rubio a la audiencia.7 “Y sin embargo, hoy hemos construido para nosotros mismos un Gobierno que ni siquiera el país más rico y próspero [sobre] la faz de la Tierra puede darse el lujo de financiar ni de pagar”.
Rubio se concentró en los programas de ayuda, diciéndole a su audiencia que cuando la Seguridad Social fue promulgada, había dieciséis trabajadores por cada jubilado, una proporción que se desplomó a tres por uno en 2011, y que pronto sería de dos por uno. Otros habían advertido también sobre el desastre inminente. Varias comisiones especiales se habían formado y disuelto. David M. Walker, ex contralor general de los Estados Unidos, había proclamado a lo largo y ancho del país que el costo explosivo de la Seguridad Social, del Medicare y del Medicaid, podría consumir todo el presupuesto federal para el año 2025.
Rubio presentó una visión idealizada de tiempos pasados. En otra época, le dijo a la audiencia: “Si un familiar tuyo estaba enfermo, lo cuidabas. Si un vecino tenía dificultades, lo ayudabas. Ahorrabas para tu jubilación y tu futuro porque tenías que hacerlo. . . En nuestras comunidades, familias y hogares, y en nuestras iglesias y sinagogas nos encargábamos de estas cosas. Pero todo eso cambió cuando el Gobierno comenzó a asumir esas responsabilidades. De repente, para un número creciente de personas en nuestro país ya no era necesario preocuparse por ahorrar para tener una seguridad, porque esto era una función del Gobierno. . . Y el Gobierno desplazó a las instituciones de nuestra sociedad que tradicionalmente hacían estas cosas, y debilitó a nuestro pueblo de una forma que disminuyó nuestra capacidad para mantener nuestra prosperidad”.
Esa última observación —que los programas de ayuda habían debilitado a los americanos— era el punto que él quería resaltar con claridad. Lo dijo tres veces en su discurso de veintitrés minutos. El senador por el Estado con el segundo mayor número de beneficiarios de Medicare estaba dando un discurso en el Estado con el mayor número de beneficiarios de Medicare y llamando débiles a los jubilados americanos, muchos de los cuales eran miembros de la llamada “Gran Generación”. Parecía un discurso poco riguroso.8
“No es tan malo como decir que la Seguridad Social es una estafa Ponzi, pero tampoco es la mejor manera de expresarlo”, me dijo un republicano prominente con acceso a información privilegiada y admirador de Rubio.
¿O acaso lo era?
En los días posteriores al discurso, varios grupos liberales y comentaristas simpatizantes de la izquierda lo criticaron duramente. En MSNBC, que se había convertido en contrapunto a la conservadora Fox News Network, el comentarista Ed Schultz calificó a Rubio como “un político de poca monta”. “Que Marco Rubio diga que programas como Medicare y la Seguridad Social debilitan a los estadounidenses es hablar como un psicópata”, bramó Schultz.9 En la misma cadena, la presentadora Rachel Maddow les recordó a sus televidentes otro discurso en el que Rubio dijo que Medicare había pagado la atención médica de su padre durante la enfermedad que le causó la muerte en septiembre de 2010. El programa de gobierno le “permitió morir con dignidad al pagarle el hogar para ancianos”, había dicho Rubio. Maddow afirmó que eso era una incoherencia flagrante. “¿Cómo se iba a lanzar como el tipo que dice que Medicare salvó a su padre y a su familia pero también te hace débil e indefenso?”, le dijo Maddow a los espectadores.10 Sin embargo, el pasaje que ella citó fue la petición apasionada para salvar a Medicare mediante su reforma. Rubio señaló específicamente que no estaría a favor de cambiar el sistema para ninguna persona mayor de cincuenta y cinco años. Pero al utilizar una palabra inflamatoria como “debilitado” durante su discurso en la Biblioteca Reagan, les había abierto la puerta a sus oponentes. No importaba realmente que la mayor parte de las críticas ignoraran la esencia del punto que estaba tratando de hacer. Él no estaba defendiendo la eliminación de los programas de ayuda social para los beneficiarios actuales, y le dijo lo siguiente a la audiencia de la Biblioteca Reagan: “Mi madre —se enoja cuando digo esto— está en su octava década de vida y tiene estos dos programas. No puedo pedirle que consiga otro trabajo. Ella pagó para estar en el sistema”. Pero él estaba proponiendo un cambio en el sistema de modo que tuviera la oportunidad de perdurar.
“La verdad es que la Seguridad Social y Medicare, tan importantes como son, no pueden cuidarme a mí como la cuidan a ella. Mi generación debe aceptar plenamente, y cuanto antes mejor, que si queremos que exista una Seguridad Social y un Medicare cuando nos jubilemos, y si queremos que los Estados Unidos siga siendo como ahora cuando nos jubilemos, tenemos que aceptar y comenzar a hacerles cambios a esos programas, para nosotros, ahora mismo”.
Cuando la izquierda clamó con más fuerza, Rubio contraatacó con dureza. Consideró las críticas como otra andanada de quejas por parte de los izquierdistas. Era un vistazo a la otra faceta de Marco Rubio: no el político de la Florida que hablaba acerca de encontrar un terreno común con sus opositores políticos, sino el político combativo nacido en las campañas cáusticas del sur de la Florida. Durante su ascenso, Rubio se había rodeado de “raspadores”, hombres que concebían la política como una pelea. A Rubio no le gustaba ser desafiado, y cuando lo era, su acto reflejo era devolver el golpe. Aprovechaba la oportunidad para abogar por la reforma de los programas de ayuda, y trataba de mantenerse como un sabio de la responsabilidad fiscal. Tan seguro estaba de correr con ventaja, que utilizaba incluso el bullicio como un pretexto para recaudar fondos. “Su discurso enloqueció a los liberales extremos, y ahora están al ataque”, decía un correo electrónico enviado por Reclaim America, el comité de acción política de Rubio.11 “Necesitamos su ayuda para luchar y apoyar a los candidatos por un gobierno limitado que comparten la visión conservadora de Marco para los Estados Unidos”.
Rubio estaba trabajando a partir de una estrategia política resistante al paso del tiempo: atacar a los medios de comunicación, especialmente a los percibidos como liberales. A su base le encantaba esto, y los hombres sabios del Partido Republicano como Parsky aplaudían. “Creo que él ha demostrado valor en términos de una voluntad para abordar la importancia de los derechos sociales, especialmente de la Seguridad Social”, dijo Parsky.12
La controversia le confirió a Rubio más estatura como un conservador con sustancia y agallas. Ya se había convertido en uno de los cubanoamericanos más conocidos en los Estados Unidos. La historia de su familia, y su viaje de Cuba a los Estados Unidos, se había convertido en el elemento central de su identidad política. Y aunque esa historia, como él la contaba, no resistía completamente un escrutinio detallado, su esencia —que él era el producto de la experiencia cubanoamericana— demostró ser indestructible. Sin embargo, su popularidad trascendía y desafiaba en cierto modo a la etnicidad. Parecía obtener apoyo nacional tanto de sus credenciales conservadoras como de las vocales al final de su nombre y apellido.
Dos semanas después del discurso de Rubio en la Biblioteca Reagan, Rush Limbaugh predijo, sin temor a equivocarse, que Rubio sería elegido como presidente algún día, siendo el primer hispano en ocupar el cargo más importante de los Estados Unidos.13 Los comentaristas especularon ampliamente que Rubio sería candidato republicano a la vicepresidencia o a la presidencia en un futuro.
Un sucesor natural había sido coronado. Y tal como podrían decir los antiguos entrenadores de fútbol de Rubio, eso había sucedido “muy rápido”.