La redistribuci n de la riqueza es una necesidad en el mundo. La concentraci n es un mal que debe cambiar. Pocos tienen todo y muchos tienen nada. Debemos redistribuirlo y que todos tengan todo. La calidad de vida debe ser para todos, no s lo para unos cu ntos. El derecho internacional econ mico es capaz de dar una posibilidad para lograr lo anterior. No hay instituciones en verdad adecuadas para la transmisi n de solidaridad m s all de la mera transferencia de rentas muy limitadas, y peor utilizadas; que poco o nada resuelven. Y esa es, al final, la verdadera clave de la cuesti n: ni el Fondo Monetario Internacional, ni el Banco Mundial, ni el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, ni la Organizaci n Mundial del Comercio, han podido o querido resolver las cuestiones m s perentorias. Y no es por falta de aspiraciones de los dirigentes m ximos de los organismos citados, sino de los socios de los mismos. Empezando por los pa ses mayores y m s ricos, que no se deciden a dar el gran paso de la solidaridad. Como s lo hizo Estados Unidos -hoy un pa s muy vituperado por su escaso apoyo al Tercer Mundo- en una operaci n hist ricamente irrepetida como fue el Plan Marshall.