Nueva edici n corregida y aumentada por el autor: Muy a menudo no se estudian la historia del cristianismo ni su pensamiento genuino y la mayor parte de los creyentes practicantes, por no hablar de los dem s, no profundizan en la historia y la teolog a de su fe y muchos no saben exactamente en qu cree el que, con una sonrisa, demuestra que la fe viene directamente de Dios. Es enorme la diferencia entre la imagen divina neotestamentaria presentada en este ensayo y aquella figura, m s omnipotente y castigadora que amorosa, en la que todav a muchos creen, tanto entre los anticristianos como entre los creyentes, figura que, lamentablemente, se inclu a en las ense anzas eclesi sticas antes del Concilio Vaticano II, que ha dirigido de nuevo la mirada de la Iglesia hacia el cristianismo del siglo I. En primer lugar, esto se ha producido gracias de los testamentos en sus idiomas originales y ya no con la imprecisa traducci n al lat n de San Jer nimo. Lamentablemente, aun hoy no todos los creyentes siguen la l nea conciliar, que es m s o menos conocida por los no creyentes, y la idea de un Dios terrible sigue viva en ciertos entornos en la propia Iglesia: hay quienes contin an ense ando que hay que temer a Dios y servirlo con actos de culto, como a Yahv en tantos vers culos del Antiguo Testamento, siguiendo esa Ley b blica (la Torah) que, por el contrario, San Pablo, en su ep stola a los G latas (Gal 3:19 y 3:25) afirma que exist a solamente como el siervo-pedagogo que ten a el cometido de conducir a la escuela de Cristo. Ese siervo que lleva al ni o a la escuela ya es in til despu s de las ense anzas piadosas del Maestro Jes s, y adem s es evidente que quien ama no difama, no roba ni hace otras cosas similares sin sentir un peso que le hace respetar la moral. Pero, seg n los evangelios, a Cristo no le basta con que no se haga mal al pr jimo: desea que se lo ayude seg n el propio Ser y el Amor de ese Dios que nos ha revelado: un Dios completamente enamorado de los seres humanos hasta el punto de quererlos para siempre con l en su eternidad y que, por tanto, se pone a su servicio para este fin concreto. S , el Dios-Amor del Nuevo Testamento presentado en este ensayo puede parecer escandaloso: un Dios que en Jes s da ejemplo e invita a los cristianos de todos los tiempos a actuar como l.