Incluso con la modernidad, los lazos imaginarios con las representaciones de una identidad nacional siguen siendo el cemento social de un pueblo. Esta identidad nacional alimenta a la publicidad que, a su vez, la revisita para crear piezas que se ajusten adecuadamente a las expectativas del consumidor y a su forma de entender el mundo. Con ello se espera estimular la adquisición de los productos/servicios ofrecidos. Sin embargo, entender que la finalidad de la publicidad es únicamente promocionar marcas y productos y estimular el consumo sería una visión muy reduccionista. No podemos dejar de observar que las expectativas del consumidor, a su vez, están mediadas por el momento en que se vive y por tradiciones culturales revisitadas, intencionadamente, en ocasiones. Así, la publicidad, como mediadora cultural, interactúa con el imaginario social. La publicidad actuará creando vínculos emocionales con los consumidores, incluido el sentimiento de pertenencia, porque también se inserta en las relaciones sociales y, en última instancia, los propios anunciantes pueden considerarse pertenecientes a este entramado imaginario compuesto de símbolos y representaciones, incluidas las religiosas.