Con la constante adaptación de las empresas al proceso de globalización, que culmina con el establecimiento de una elevada competitividad, se hace más rígida la necesidad de ofrecer resultados que añadan valor a los clientes. Por este motivo, se exige cada vez más a los trabajadores que sean ágiles en los procesos para aumentar la productividad de la organización. La mano de obra se ha convertido en un objeto de deseo de la sociedad para encajar en la fuerza de trabajo. La complejidad del ser humano y por estar lleno de emociones, trae consigo diversas reivindicaciones, perspectivas e intereses que buscan su crecimiento y especialización dentro del ámbito empresarial. Dicho esto, es necesario abandonar la idea de que el ser humano trabaja movido únicamente por la remuneración y rechaza los sentimientos que forman parte de todo el proceso de desarrollo personal y profesional. La perspectiva del empleado como mero ejecutor de tareas es desmotivadora y genera constantes conflictos en el entorno empresarial. Ante esta situación, las organizaciones deben tomar medidas para que los empleados tengan calidad de vida en su trabajo, manteniendo así su productividad y satisfacción.