La ciudad es la base del desarrollo económico y social y de la creación de riqueza, y sus cambios son demasiado rápidos para un modo de vida en el que el confort y toda una serie de comodidades modernas que ofrece la ciudad se imponen por doquier, creando un nivel de vida cada vez más extendido, que borra ciertamente ciertas contradicciones, pero también pone de manifiesto flagrantes disparidades. Como resultado de este desarrollo, el tejido urbano ha sufrido numerosos ataques y transformaciones y se ve afectado por muchos males sociales. El ritmo del cambio en las ciudades se acelera y el desarrollo se convierte en sinónimo de destrucción y despilfarro de los recursos naturales. La ciudad es un símbolo de modernidad, progreso y civilización, pero ha perdido su caché para encarnar una vida con incomodidad, inseguridad y todo tipo de molestias, característica esencial del urbanismo. Estamos contaminando los recursos naturales, especialmente la energía y el agua, más rápido de lo que la naturaleza puede reemplazarlos. Esto es especialmente cierto porque la mayoría de los habitantes del mundo viven o tienden a vivir en zonas urbanas.