La humanidad ha estado expuesta a la infección por microorganismos desde antes de los albores de la historia. Es de suponer que la humanidad ha estado buscando una terapia adecuada durante casi el mismo tiempo. Se trata de una empresa desesperadamente difícil, dada la naturaleza aguda de la mayoría de las infecciones y la falta casi total de comprensión de sus orígenes que prevaleció hasta el siglo pasado. La crónica de la civilización antes del descubrimiento de las bacterias y su papel en las enfermedades infecciosas y, posteriormente, del descubrimiento de los antibióticos y los agentes antimicrobianos está salpicada por el estallido de pandemias devastadoras recurrentes. Un ejemplo son las sucesivas oleadas de peste bubónica que disminuyeron drásticamente la población de Europa en la Edad Media. La humanidad estaba desconcertada en cuanto a la causa de las enfermedades infecciosas y lo que hay que hacer constructivamente para prevenirlas y curarlas. En la guerra, las infecciones solían incapacitar o matar a más individuos que la acción de los generales. Nuestras propias historias familiares registran la pérdida prematura de seres queridos, especialmente de niños pequeños, a causa de una u otra infección, y en el tercer mundo este patrón es demasiado común hoy en día.