La Dictadura de Primo de Rivera sustituy el viejo caciquismo que tanto dec a repudiar por otro nuevo acorde con sus intereses tambi n basado en la desmovilizaci n y en el control del poder local por los caciques, de tal manera que la estructura permaneci inalterable cuando Berenguer quiso reconstruir su modelo de normalidad con unas Cortes fabricadas a la vieja usanza. En una gran multitud de distritos rurales, se podr a decir, que la figura del cacique segu a siendo lo seguro, lo de siempre, en las ga an as, en un sentido amplio, la ignorancia se reproduc a a s misma como la pobreza, no siendo f cil vehicular el descontento social. El reparto de exiguas prebendas justificaba el mantenimiento del orden social dominante articulado por una mentalidad social y pol ticamente conservadora. La figura del cacique estaba vinculada al poder sobre sus s bditos, y ese poder exced a de lo estrictamente pol tico. Esa dominaci n sobre las personas dibuja un mapa m s amplio que apuntan a la existencia de una estructura social impl citamente coactiva en la que el cacique era la piedra angular. De esta manera el mantenimiento en 1930 de esas redes caciquiles heredadas es m s comprensible.