Los concejos municipales fueron uno de los mecanismos más notables de mantenimiento del vasto imperio portugués de ultramar. Procedentes de los antiguos concejos medievales, aglutinaban los intereses de las élites coloniales, ya que estaban compuestos por los hombres buenos de la colonia, ostentaban un poder considerable sobre la sociedad local y tenían libertad para representar sus deseos o dificultades ante el rey de Portugal. Paralelamente al poder del senado de la cámara municipal estaban las autoridades reales: los gobernadores coloniales. Este reparto del poder en la colonia provocaba a menudo conflictos entre la cámara municipal y los gobernadores. Esta situación se vio agravada por las incursiones corsas francesas de 1710 y 1711, que demostraron la fragilidad del Imperio portugués, que, incapaz de contener a sus enemigos en el vasto océano, dependía de los recursos humanos de sus colonias. Sin embargo, todo este esfuerzo bélico, encerrando Río de Janeiro entre murallas y fortificaciones, a costa de la economía colonial, colocó a los funcionarios del rey y a los miembros del senado en bandos opuestos, lo que dio lugar a inevitables conflictos por el uso y la posesión del territorio urbano de Río de Janeiro en el siglo XVIII.