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Tierra de Todos: Nuestro Momento Para Crear una Nacion de Iguales

Autor Jorge del Rayo Ramos
es Limba Spaniolă Paperback – 30 apr 2009
Estados Unidos es un país que hoy tiene habitantes de primera y de segunda clase. Esto tiene que cambiar, y pronto. Hay 12 millones de indocumentados, pero también hay una esperanza: la promesa que Barack Obama le hizo a Jorge Ramos de que durante su primer año como presidente apoyaría una reforma migratoria. Tierra de todos es un libro urgente y necesario, que pretende ayudar a que se realice esta reforma. Este es un libro que da voz a los que no la tienen. Un libro que todo inmigrante debe tener y, sobre todo, este es un libro que todos los que critican a los inmigrantes deben leer, para que entiendan que Estados Unidos es un mejor país gracias a todas las personas que vinieron de otros países.
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Specificații

ISBN-13: 9780307475190
ISBN-10: 0307475190
Pagini: 180
Dimensiuni: 127 x 201 x 18 mm
Greutate: 0.2 kg
Editura: Vintage Books USA

Notă biografică

Jorge Ramos es periodista y escritor de otros 9 libros. Nacido en la Ciudad de México, lleva más de 25 años viviendo en Estados Unidos. Es copresentador del Noticiero Univision,  tiene un programa de entrevistas, Al Punto, todos los domingos, escribe una columna semanal distribuida por los diarios más importantes del país y colabora diariamente con su análisis en Radio Univision. Actualmente vive en Miami.

Extras

Uno   LOS INVISIBLES   Nadie los ve. Pero están ahí.   A veces pasan frente a nosotros y los atravesamos con nuestra mirada como si fueran transparentes.   Nuestra vida sería muy distinta sin ellos. Pero no todos en Estados Unidos reconocen su importancia.   Son los indocumentados. Son los invisibles.   Prefieren no ser vistos ni contados por las autoridades ni por funcionarios del censo; no siempre es fácil distinguir entre un burócrata y un agente de inmigración.   No se acercan a la policía. La evaden aunque necesiten su protección. Mientras menos los vean mejor; menos probabilidades hay de tener problemas con la ley.   Viven en la oscuridad porque la luz delata su presencia, y ser vistos implica el riesgo de ser arrestados y expulsados del país.   Viven en silencio. No suelen quejarse, aunque tengan la razón, porque hacerlo pudiera implicar una denuncia y la deportación.   Podemos cruzarnos con ellos en la calle y suelen bajar la mirada. No ser es su forma de ser. No tener una identidad es su identidad.   Y, sin embargo, Estados Unidos no funcionaría igual sin su presencia. Ellos realizan las labores más difíciles, las peor pagadas y las menos deseables. Limpian lo que nadie quiere limpiar, cosechan nuestros alimentos, cocinan nuestra comida, construyen nuestras casas.   Casi no se ven en los hoteles y restaurantes, pero ahí están. Son como fantasmas. Caminan sin hacer ruido, no establecen contacto visual y sólo contestan cuando no tienen más remedio. No hacerse notar es la consigna.   Los encontramos fregando platos, escondidos en las cocinas, haciendo sushi, preparando los mejores platos de comida francesa o italiana. Aprenden rápido y aprenden a hacer cualquier cosa —lo que sea— porque de lo que se trata es de sobrevivir.   Aceptan condiciones de trabajo que ningún norteamericano siquiera consideraría. Sin respetar el salario mínimo, sin seguro médico, sin ninguna protección laboral, siempre bajo la amenaza de un despido injustificado o una denuncia al Servicio de Inmigración. Un día pueden tener trabajo y perderlo, sin razón, al día siguiente.   Son los que tienen que recoger nuestros desperdicios en los baños y vivir ocho, nueve y diez horas al día rodeados de malos olores.   Pocas veces los vemos pero su presencia es necesaria.   Los encontramos durmiendo en tráilers o en familia, amontonados, en un solo cuarto. Papá, mamá e hijos en un solo camastro porque no hay más. Y a veces hay que acomodar hasta a la tía y a la abuelita y al primo del amigo del vecino que acaba de llegar.   A pesar de todo lo que se dice sobre ellos —que son criminales, que son terroristas, que ponen en peligro el sistema legal del país— les confiamos a nuestros hijos, les permitimos que se metan a nuestros cuartos y hasta que tiendan nuestra cama.   Son las nannies que cuidan a un futuro presidente, gobernador, abogado, doctor, alcalde, actor, inventor, jugador de fútbol americano, estrella de Broadway o de Hollywood… porque sus papás tienen que trabajar.   Llevan a nuestros hijos al parque, los alimentan, los protegen igual o mejor que nosotros, y los cuidan como si fueran suyos porque, muchas veces, los suyos se quedaron atrás, en un país que queda a muchas horas en avión o a una llamada telefónica con tarjeta o a un click de computadora, pero es tan lejos que a veces se siente como si estuvieran en otro planeta.   Y están aquí porque, si no, se morirían de hambre en su país o porque no querían condenar su vida y la de sus hijos a la pobreza de sus padres y abuelos. Vinieron a buscar las oportunidades que no había donde nacieron. Y son precisamente los más fuertes, los más valientes, los más inconformes, los más rebeldes, los más valiosos, los que están dispuestos a hacer casi cualquier cosa para salir adelante, los que decidieron venir a Estados Unidos.   Pero el costo fue muy alto. Pasaron de ser visibles a invisibles. Y ahora es el momento de brindarles el reconocimiento, el respeto y, eventualmente, su visibilidad.   Nada fortalece más la autoestima de una persona que ver y ser visto, sin miedos y sin tener que esconder la mirada.   *   Es difícil saber exactamente cuántos indocumentados hay en Estados Unidos. Pero el Pew Hispanic Center ofrece las cifras más realistas. Casi 12 millones.   La población indocumentada ha seguido aumentando:   Eran 8,4 millones en el 2000, 10,2 millones en el 2004 y 11,9 millones en el 2008. Sin embargo, sí se ha notado una disminución en el número total de indocumentados que cada año se quedan a vivir en Estados Unidos.   Entre el año 2000 y el 2004 entraron, en promedio, 450 mil indocumentados por año. Y esa cifra bajó a 425 mil anualmente entre el 2004 y el 2008. Sin duda, la crisis económica en Estados Unidos y el aumento de las medidas antiinmigrantes han tenido su impacto.   Cada vez hay más policías en todo el país que son obligados a actuar, también, como agentes de inmigración. Y existe un creciente esfuerzo por criminalizar a los indocumentados. Hay varios ejemplos.   La aprobación de una nueva ley migratoria en 1996 (The Ilegal Immigration Reform and Immigrant Responsability Act) acrecentó las causas por las que se puede ser deportado del país, aumentó los castigos para aquellos que fueran encontrados sin documentos legales en Estados Unidos y, en general, complicó enormemente la vida de los indocumentados.   También, en lugar de sólo arrestar y deportar a trabajadores indocumentados, se les está acusando de falsificación de documentos, entre otros delitos, haciendo mucho más difícil su ya frágil situación legal. Esto ha implicado meses y hasta años de cárcel antes de ser deportados a sus países de origen.   Todo esto explica, en parte, la disminución en el número de indocumentados entrando a Estados Unidos. Cada vez es más difícil encontrar trabajo.   Pero siguen llegando.   Aún con esta disminución, por cada indocumentado que es deportado de Estados Unidos, entra al menos otro más. ¿Qué tipo de política migratoria es esta? Puede ser cualquier cosa, pero no eficaz.   Cada minuto, aproximadamente, entra un indocumentado a Estados Unidos. Uno por minuto.   El hambre es más fuerte que el miedo.   El problema de la inmigración indocumentada radica en una simple ecuación económica de oferta y demanda. Mientras haya desempleados o gente ganando 5 dólares al día en México y en el resto de América Latina, y trabajos para ellos en Estados Unidos donde pueden ganar eso mismo en menos de una hora, seguirá existiendo inmigración indocumentada al Norte.   Esto explica por qué la gran mayoría de los indocumentados proviene de América Latina; cuatro de cada cinco. De los 9,6 millones de indocumentados latinoamericanos que había en Estados Unidos en marzo del 2008, 7 millones provenían de México.   El 59 por ciento de todos los indocumentados son de México, el 22 por ciento de otros países latinoamericanos, 12 por ciento de Asia, 4 por ciento de Europa y Canadá, y el otro 4 por ciento de África y otras regiones del mundo.   Algo no está funcionando bien en el sistema migratorio norteamericano. Los indocumentados, según el estudio del Pew Hispanic Center, son la tercera parte de los 39 millones de extranjeros que vivían en Estados Unidos en el 2008. Y su crecimiento ha sido impresionante; su número ha aumentado en 5,3 millones desde el inicio de este siglo.   Los indocumentados cosechan nuestra comida, construyen nuestros hogares y son una parte imprescindible de la sociedad norteamericana. Puede ser que muchos no los vean, pero ahí están.   *   Alguien que no los vio, ni en su propia casa, fue Michael Chertoff, quien fuera secretario de seguridad interna durante el gobierno de George W. Bush y quien estuvo encargado de poner en práctica la política migratoria de Estados Unidos.   Cinco indocumentados formaron parte de los equipos de limpieza de una compañía que durante cuatro años estuvo trabajando temporalmente en la casa del secretario Chertoff en Maryland, según reportó el diario The Washington Post.3 Él les pagaba 185 dólares por visita cada par de semanas.   Los agentes del Servicio Secreto revisaban regularmente las identificaciones de los empleados de la compañía de limpieza y no encontraron nada raro. Hasta que la empresa fue sometida a una investigación. Los investigadores de ICE (U.S. Immigration and Custom Enforcement) descubrieron que el dueño de la empresa supuestamente no había revisado correctamente los documentos de sus empleados ni llenado los formularios (I--9) exigidos por la ley de 1986. Le pusieron una multa de 22.880 dólares.   Chertoff no quiso hacer comentarios públicos al respecto. ¿Pero debieron él y su esposa asegurarse de que ningún indocumentado trabajara en su casa? No. La ley le exige eso a la compañía que los contrató. Si los Chertoff hubieran contratado directamente a sus empleados de limpieza entonces sí serían responsables. No fue el caso.   Sin embargo, esto refleja que el asunto de los inmigrantes indocumentados afecta la vida de todos en Estados Unidos, hasta la del encargado de evitar actos terroristas y controlar la migración.   “Este asunto ilustra la necesidad de una reforma migratoria total y la importancia de un sistema efectivo que permita a las compañías determinar el estatus legal de sus empleados”, reconoció al Washington Post Russ Knocke, el entonces vocero del Departamento de Seguridad Interna.   Cierto. Pero la realidad es que cinco indocumentados limpiaron la casa donde duerme Chertoff y el ahora ex secretario sólo se enteró después de cuatro años de estar sucediendo esto. Y si eso le pasó a Chertoff, ¿qué podemos esperar de los otros 300 millones de norteamericanos que no están encargados de la política migratoria de Estados Unidos y no tienen el apoyo del Servicio Secreto, de investigaciones oficiales y de agentes de migración?   En un tono triunfal, a finales del 2008, Michael Chertoff pronunció un discurso en el que enumeraba como uno de sus éxitos el haber “revertido el flujo de la inmigración ilegal”.5 Pero más que revertir la inmigración, a lo que se refería Chertoff era a que el número de indocumentados cruzando la frontera se había reducido y a que el número de deportados había aumentado.   Sin embargo, eso difícilmente se puede considerar un triunfo.   Desde que Chertoff tomó posesión como secretario del Departamento de Seguridad Interna el 15 de febrero de 2005 hasta que entregó su puesto el 20 de febrero de 2009 entraron a Estados Unidos más de 1 millón de indocumentados. (Y estoy usando las mismas cifras del Pew Hispanic Center que mencionó Chertoff en su discurso.)   Eso no suena a que se está “revirtiendo” el flujo de la inmigración ilegal.   *   A mediados del 2007, cuando aún faltaba año y medio para la elección presidencial, muchos pensaban que los indocumentados se podrían convertir en un tema central de la campaña electoral. Pero una buena parte de los políticos estaba pensando también en su reelección o en cómo proteger a sus aliados políticos. Y fue en ese recargado ambiente que se discutió en el Senado el futuro de 12 millones de invisibles.   El asunto, desde luego, estaba destinado a fracasar.   El ex presidente Bush había llegado a la presidencia en el 2001 con la clara intención de buscar una manera de legalizar a los indocumentados. Fue una de sus promesas de campaña. De hecho, el 10 de julio de 2001, en una ceremonia en Ellis Island, en Nueva York, el presidente dijo lo siguiente: “La inmigración no es un problema que tiene que resolverse. Es señal de una nación segura y exitosa… Los recién llegados no deben ser recibidos con sospechas y resentimiento sino con apertura y cortesía”.   A pesar del claro apoyo del ex presidente George W. Bush —quién durante su primera campaña en el 2000 había ofrecido un trato compasivo— no se reunieron los votos necesarios en el Senado el 28 de junio de 2007 para aprobar una legalización de los indocumentados.   Sólo cuarenta y seis senadores votaron a favor y cincuenta y tres lo hicieron en contra la tarde del 28 de junio de 2007. No había manera en que la propuesta de legalización obtuviera los sesenta votos a favor que necesitaba.   Los invisibles seguirían siendo invisibles.   Y mudos.   Fue, hay que aclararlo, un fracaso bipartidista: quince demócratas, treinta y siete republicanos y un independiente votaron en contra. El propio ex presidente Bush reconoció en una entrevista con la cadena ABC, casi al final de su mandato, que la imposibilidad de lograr una reforma migratoria fue una de las grandes desilusiones de su presidencia.   Al mismo tiempo que se cerraba la opción legal para resolver el creciente problema de los indocumentados, el gobierno del ex presidente Bush incrementaba sus operaciones de arresto y deportación de indocumentados, que llegaron a alcanzar cifras sin precedente.   Para estos inmigrantes, era un doble golpe: no sólo se desvanecía la oportunidad de legalizar su situación sino que los empezaron a perseguir como nunca antes.   En el 2008 fueron deportadas 349.041 personas por el Servicio de Inmigración (U.S. Immigration and Customs Enforcement--ICE).8 Muchas más que el año anterior.9 Sin embargo, estas deportaciones estaban muy lejos de resolver el problema migratorio del país.   A pesar de que estas eran unas cifras récord, el número de indocumentados que continuaban entrando ilegalmente al país era superior al número de deportaciones. Es decir, cada vez había más indocumentados.   Lejos de ser un defensor de los inmigrantes, las redadas se multiplicaron durante la administración del ex presidente Bush. Y los inmigrantes fueron perseguidos como si fueran terroristas. Miles de trabajadores latinoamericanos, cuyo único pecado había sido cruzar la frontera para obtener un empleo, fueron arrestados y deportados mientras Osama bin Laden seguía libre.   El incremento de las redadas en lugares de trabajo fue impresionante. Se realizaron en taquerías, fábricas, carnicerías y compañías de pintura. Y sus efectos fueron brutales.   En el año 2002 sólo hubo 510 arrestados en redadas. En cambio, en el 2008 ese número se disparó a 6.287.10 Lo irónico y absurdo es que en sólo cuatro días entran al país el mismo número de indocumentados que los arrestados en el último año de redadas.   Y las consecuencias sociales son gravísimas. “Ahora tienes a muchas madres solteras”, dijo en una entrevista para la radio pública el congresista de Illinois Luis Gutiérrez, al criticar las redadas del servicio de inmigración. “Ahora tienes a adolescentes de quince años de edad que no tienen papá. Pensemos en eso por un momento. El gobierno se llevó a tu papá”.