Seg n el autor, estamos hoy d a ante una de las crisis peri dicas que asolan el cristianismo, en particular el cristianismo evang lico. Ser an crisis cuya g nesis es esencialmente social, cultural y pol tica, pero que se presentan falsamente como crisis de aceptaci n del testimonio b blico. Conforme el mundo en el que vivimos evoluciona naturalmente hacia posiciones nuevas, costumbres, nuevas, formas novedosas de entender la vida humana en relaci n unos con otros, esta evoluci n nos aparta paulatinamente de lo que antes cre amos ser verdades fijas e inmutables. Cada tanto, entonces, c clicamente, el desfase entre lo antiguo y lo nuevo se hace insoportable. Cuando esto sucede, se manifiestan dos tipos de reacci n entre la gente con fuertes convicciones religiosas. Unos abrazan el cambio y lo ven como una manifestaci n nueva de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Otros lo rechazan, tachando esas formas nuevas de pensamiento y conductas como apostas a, herej a, abandono de la fe; y en particular, abandono de la Verdad b blica. El autor se declara entre los primeros, entre los que ven la evoluci n de las ideas y conductas como algo propio de la vida humana tal cual nos cre Dios. Afirma amar la tradici n porque nos sit a en continuidad con las generaciones que nos precedieron, pero detestar el tradicionalismo porque nos encorseta, nos oprime, nos sofoca, nos roba la espontaneidad y la libertad a la que hemos sido llamados como seguidores de Jesucristo.